Rosy Pereda Rangel
Un rosario, flores blancas y girasoles; varias latas de cerveza y las lágrimas de su familia y de sus amigos fue lo que despidió a José Hernández Arvizo, el joven cocinero que murió tras una dolorosa agonía por la explosión en la tienda Seven Eleven el pasado miércoles en Matamoros.
José recorrió por última vez su ciudad, aunque no como lo hubieran deseado su madre, Mine, su padre y el resto de sus seres queridos.
La carroza que llevaba sus restos hizo un primer alto en la Iglesia Catedral donde entró por el pasillo central.
“Hace unos días Dios llamó a su presencia después de un accidente a Pepito y hoy con sus papás, presentes, con su hermano, con sus familiares y amigos le decimos hasta luego sabiendo que gracias a Jesús la vida no termina”, fueron las palabras del obispo Eugenio Lira Rugarcia al iniciar la misa.
Unos minutos después antes de iniciar su homilia se acercó a doña Mine y a su esposo para darle algunas palabras de aliento.
La misa fue para pedir por el eterno descanso de su alma; para dar fortaleza a su familia y pedir a Dios por que alcance la eternidad.
El último tramo de su camino fue acompañado por sus amigos, sus fotografías cuando no se imaginaba la tragedia que sobrevendría el miércoles en sus primeros minutos mostraban a un joven alegre y con ganas de vivir.
El último recorrido inició mientras en el panteón poco a poco llegaban quienes deseaban estar con su amigo, con el chico cuya pasión era la cocina.
Fueron minutos que parecían eternos, el féretro abierto permitía sentirlo más cerca y más presente.
El momento final llego, el adiós estaba cerca, tras dejar el ataúd en su tumba llegaron las flores, la cerveza y el resto de los #recuerdos